Madrid es la segunda ciudad europea con más motos compartidas, unas 2.500, y seguirá creciendo este verano acercándose cada vez más a París (3.200), y muy por encima de otras ciudades menos moteras como Berlín (1.700). En Barcelona la competencia del motosharing la ha llevado rápidamente a crecer hasta las 1.200 unidades y subiendo.

El problema es que sus clientes son usuarios ocasionales que no toman las mismas precauciones para evitar las multas que los usuarios habituales de motos (en propiedad). Así podemos encontrar motos de alquiler aparcadas junto a bocas del metro, en grupos sobre las aceras sobre las que no está permitido aparcar por tener menos de 3 metros, cerca de marquesinas, sobre pasos de peatones, etc.

En algunos ciudades, como Madrid, han decidido poner coto a esta anarquía a la hora de aparcar, pero solo en lo que se refiere a las bicicletas compartidas, todavía no se ha hecho nada respecto a las motos. Si continúa la falta de civismo y de respeto a la normativa de los diferentes consistorios, los más perjudicados podrían ser precisamente los usuarios.

Las compañías de motosahring también podrían hacer más por informar a sus usuarios sobre las normativas municipales en materia de aparcamiento. No todas las aceras sirven para aparcar, y la presencia en algunas plazas públicas es abusiva, afectando al paisaje y al libre tránsito.

El impacto positivo sobre la contaminación y la movilidad en las ciudades no debería venir aparejado de la anarquía a la hora de buscar el aparcamiento adecuado. Los servicios de motosharing requieren mucho aparcamiento, y quizá se deba implementar zonas específicas para un mercado en plena expansión. Algo parecido a lo que ya se hace con las bicicletas que se pueden estacionar en determinadas zonas, distribuyendo la flota y evitando que se acumulen en zonas problemáticas como en el centro.

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