Otra diferencia se aprecia en ciudades tan distantes como Barcelona y San Francisco. Dos ciudades en las que la llegada del motosharing no ha tenido igual acogida. San Francisco tiene sus propias ventajas, como un mayor número de parkings con puntos de recarga, que permite prescindir de parte del personal encargado de reponer las baterías en los vehículos.
Pero en ambas ciudades se comprueba que la demanda de los servicios de alquiler por minutos es enorme y que cada scooter puede llegar a realizar en dos meses los mismos kilómetros que una moto tradicional en un año.
La ampliación de las zonas en las que operan dentro de las propias urbes, es uno de los pasos que se dan con mayor frecuencia, antes incluso que pensar en la expansión a nuevas ciudades. La manera de comprobar la demanda es relativamente sencilla, solo hay que vigilar estadísticamente cuantas motos se aparcan en la frontera del área permitida para su utilización. Esa densidad de motos aparcadas en determinados puntos muestra las necesidades reales de los usuarios.
Poco a poco los usuarios, incluso los turistas, comienzan a realizar un uso más responsable de los mismos, no aparcándo los scooter en las aceras de cualquier forma.
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