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¿Viaje a un lugar inopinado de Dios? ¡Vale!Imprimir
18 de Febrero de 2019
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¿Viaje a un lugar inopinado de Dios? ¡Vale!

En ocasiones nos proponemos grandes rutas por países exóticos alejados miles de kilómetros de nuestro cómodo hogar en España. Pero si no disponemos de tanto tiempo ni de tanto dinero, podemos perdernos hasta lugares tan inopinados de la mano de Dios como `Vale´ en Portugal.

La hoja de ruta para llegar a las inmediaciones del Parque Natural de Sierra de la Estrella no puede ser más sencilla, tomamos la salida de Madrid en dirección a la puesta del Sol (no confundir con la Puerta), seguimos la ruta por España que más nos disguste (por aquello de cambiar de ruta) hasta entrar por la frontera portuguesa a través de Badajoz y hacemos una parada gastro-cultural en Elvas.

Elvas es la primera población nada más entrar, y como zona de frontera nos muestra las bellas fortificaciones con forma sextagonal de estilo holandés de Cosmander, que han ido creciendo en tamaño uno sobre otro conforme pasaban los siglos para defenderse en las sucesivas guerras islámicas, mediavales y napoleónicas. O el bello acueducto con 7 km de longitud y 843 arcos, que en la localidad muestra su tramo más vistoso (con poco que envidiar al de Segovia).

Este es un buen sitio para comer. Muchos españoles cruzan la frontera solo para degustar alguno de los exquisitos platos de la gastronomía portuguesa a muy buen precio. Aunque hablando de precios, es mejor que entres en territorio portugués con el depósito lleno porque aquí la Sin Plomo 95 te puede desplumar con 25-35 céntimos más por litro que en España.

Una vez saciado el apetito tomamos la AP-7 hasta la A-23 que tomamos en dirección a Castell Blanco.

La velocidad no parece ser un problema muy perseguido por estos lares. En la AP-7 y especialmente en la A-23 puedes intentar probar la velocidad máxima de tu motocicleta. El asfalto está en buenas condiciones, la visibilidad es óptima y las amplias curvas y ligeros cambios de rasante te van llevando entre colinas con una sensación de levitación difícil de olvidar.

En Portugal hay poca vigilancia en las carreteras, especialmente en fin de semana y en domingo, pero si no quieres acabar en misa con los pies por delante, ten precaución. En términos de seguridad vial, las tierras lusitanas merecen una de las notas más altas. Prácticamente todos los guardarraíles que encontramos equipan un faldón metálico de protección para los motoristas o SPM. Algo que en España llevamos luchando durante décadas, como bien sabéis los socios de la Mutua Motera.

La mejor montura para abordar esta ruta es una trail o scrambler con amplio recorrido de suspensiones. En ningún momento echaremos en falta unos neumáticos específicas de off-road, pero pueden ayudarnos a sortear la gravilla que se acumula en algunas zonas. En una curva casi me encuentro un camión de gravilla entero… algo difícil de explicar en uno de los países más respetuoso con los motoristas que existen.

Eso sí, al circular deberás tener cuidado con los estrechamientos de las carreteras secundarias, en algunos momentos parece que no cabe ni un solo coche, y lo peor es que te encuentras a alguno que mide mal las distancias e invade directamente tu parte de la curva sin pedir permiso ni perdón.

En una ocasión me topé de frente con un inmenso Range Rover de hace 30 años con las suspensiones sobre elevadas que circulaba a unos 170 km/h antes de dejarme atrás (porque lo perseguí para pedir explicaciones). El motor diésel iba tan apurado que dejaba una auténtica niebla de hollín detrás de él, por lo que no pude darle alcance sin perecer por asfixia.

Sucesos de estos son los que te pueden agriar el fin de semana a ti y a tu familia, por lo que hay que circular con cierta precaución… ¡siempre a la defensiva!

Ya en las inmediaciones de la localidad de Castell Blanco debemos hacer otra parada para repostar porque a partir de ahora no encontraremos muchas gasolineras. Ahora es cuando tomamos rumbo a la aventura. Aquí es donde empieza todo, comenzamos con la N-233 que tomamos en dirección al desvío N-548. Seguimos dicha carretera hasta el siguiente desvío a la N-238.

Por el camino comprobaremos que la vegetación ha sufrido mucho en algunas partes debido a los desaprensivos y a los incendios provocados de los últimos años. Una calamidad que por la gracia del viento solo afectó a una de las caras de la montaña. En el borde de la carretera observamos gran cantidad de troncos cortados. Ante la imposibilidad de que retoñen, se ha optado por lo práctico, talar y dejar terreno libre para la repoblación.

Un paisaje francamente desolador que por momentos te lleva a las lágrimas, pero que pronto cambia a sonrisa en cuanto damos la vuelta a la montaña y nos topamos de nuevo con la vegetación primigenia.

Quizá eso sea lo que más llame la atención cuando nos adentramos en terreno portugués. Las montañas aún se conservan como en la edad media o incluso me atrevería a mencionar el tiempo de los romanos. Hay abundante vegetación y fauna silvestre, aunque las ardillas no puedan cruzar la península saltando de rama en rama, aquí sin duda podrían recorrer unos cuantos cientos de kilómetros sin problemas.

Durante buena parte de la ruta tenemos grandes cumbres como fondo del escenario, unas cumbres que recuerdan hasta cierto punto a las de Avatar. Unos altísimos picos verdes, oscurecidos solo a ratos por las manchas de carbón de los árboles quemados.

Circulando por la N233 nos fijaremos especialmente a los restos de la tala, pequeñas astillas de madera o ramas que podrían llegar a pinchar un neumático. Seguimos la N-233 hasta el desvío con la N548, y está hasta el siguiente desvío con la N-238. Aquí continuamos en dirección a la localidad de `Vale´ y, más concretamente, hasta el hotel rural situado justo a medio camino entre Castelo Blanco y Coimbra, antes de llegar a Castanheira de Pera.

Aquí toca aparcar la moto y darnos un merecido descanso. El hotel rural en el que me albergo puede presumir de una de las mejores valoraciones de Booking (9,5), aunque el dueño me asegura que llegó a rozar la matrícula de honor, con una nota de 9,7. Lo importante es que el lugar está muy bien cuidado, disponemos de piscina para los meses más calurosos, y de unas agradables vistas.

El hotel está abierto de marzo a octubre porque en invierno cuesta demasiado calentarlo, comenta el dueño. A mí me abren las puertas expresamente en pleno mes de febrero y compruebo lo bien climatizado que está a pesar de los 6 grados y de la espesa niebla que por momentos se abre y por momentos vuelve a envolvernos. El número de habitaciones es escaso, pero son muy amplias. El gran salón nos permite comer y reposar con en nuestra propia casa. Las estufas de leña hacen el resto para sentirnos como Dios.

En el exterior hay espacio suficiente para aparcar media docena de motos a buen resguardo, dentro de un espacio cercado y cerrado.

Y ahora si no te importa voy a descansar, mañana será otro día y nos quedan muchos caminos por recorrer… ¿vale?

Pablo Reyes

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